miércoles, 17 de junio de 2009

"El Collar del Tigre" (y curso con Cristóbal)

Poniendo orden, poniendo orden...

A veces, la mayor parte, la vida es psicomagia: los amigos de Trigrama, encargados de traer a Alejandro Jodorowsky a España para hacer cursos, anunciaron allá por febrero que los días 9 y 10 de mayo preparaban un curso con los dos Jodorowsky juntos, Alejandro y Cristóbal, sobre psicochamanismo. Yo ni podía pensar en permitírmelo, y mi padre dijo de inmediato que me invitaba y me pagaba el vuelo, porque así íbamos padre e hijo a trabajar con padre e hijo: compramos pues el billete, y estaba yo a punto de hacer el ingreso cuando... resulta que al pobre Alejandro le salió una operación en esas mismas fechas, por lo que el seminario lo daría solamente su hijo Cristóbal. Ya habíamos trabajado con Cristóbal hace un par de años (incluso los tres juntos: mi padre, mi madre, y yo mismo... y fue de lo más profundo e interesante), así que mi padre dijo que no le apetecía. Pero ya que teníamos billete pagado y todo resuelto, y la ocasión la pintaban calva, yo decidí aprovecharlo, a ver qué tal...

Para ello, antes de nada, volví a leerme (y me compré, porque no lo tenía) “El Collar del Tigre”, autobiografía de Cristóbal de lo más interesante y con quien puedo sentirme identificado en muchísimos más aspectos que con su padre (a fin de cuentas, no me puedo ni imaginar qué significa conocer en persona a André Breton, pero sí lo que pueden ser los años 70’ y 80’, por poner un único ejemplo). Un libro mágico como él mismo, excesivo (en el buen sentido de la palabra) y escrito por un verdadero samurai, un guerrero de la sanación capaz de cualquier cosa para conseguir llegar hasta la luz: a veces, no podía evitar reírme leyendo acerca de sus bestialidades psicomágicas y cosas similares, de las cuales yo mismo he hecho alguna parecida...

Y allí fui, esta vez sin nada que perder ni que ganar: he hecho ya tantos cursos, en especial con la familia Jodorowsky, que sé perfectamente que lo mejor es ir y dejarse llevar, a ver qué sucede... y la verdad es que no me imaginaba que el asunto me fuese a afectar de forma tan profunda. Con una profundidad de las que no se pueden explicar, porque no pueden cuantificarse. Hay dos tipos de profundidades psicológicas: la que se conoce y roe la mente como una rata (y alivia cuando te la quitan igual que si matasen a un roedor que estuviese alojado en tu cerebro), y la que se desconoce. La que de repente hace que abras los ojos mirando a tu alrededor sacudiéndote de un sueño y preguntándote qué ha pasado. La que, silenciosamente, afecta a tu carácter y a tu forma de ver la vida, a tu propia personalidad y al mundo que te rodea, de formas tan profundas y misteriosas que cuando te miras al espejo sólo puedes pensar que ha pasado algo muy, muy importante...

Contribuyó enormemente el grupo, con el que fue un placer trabajar: todos tan entregados, tan deseosos de llegar más lejos, apoyándonos sin fisuras (incluso Cristóbal se hizo una foto final con nosotros, cosa que no suele hacer). De lo poco que se puede contar (porque estas experiencias son profundas, y sólo puedo decir que hay que probarlas para poder juzgar... y probarlas en serio, sin quedarse en la superficie), me quedo con la ruptura del plato sobre el pecho, envuelto en una sábana y simbolizando las inhibiciones impuestas. Mientras lo meditaba, oía en mi cabeza una única palabra como si fuese un mantra, que venía de las profundidades de mi propio árbol genealógico: “fracasa”, “fracasa”, “fracasa”... Recordé la imagen del templo de Devi con los hombres custodiando el interior, y vi en el interior del templo un único hombre al que pensé que finalmente iba a expulsar cuando rompiesen el plato sobre mí... y sin embargo, lo que ocurrió fue que el templo entero se derrumbó. Profundidad, insisto...

Me quedo con una frase de Cristóbal: “es triste que un ser humano viva toda su vida sin llegar a explotar todo su verdadero potencial, ¿verdad?”

La dedicatoria que me escribió en el libro dice exactamente: “Házael con el fuego de mi corazón”, y recoge su firma (donde el palo de la J es una espada) rodeada por cuatro estrellas de seis puntas.

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