lunes, 5 de octubre de 2009

Dando un paseo por Málaga, hablando con José Luis Sampedro (y Olga Lucas)

Si tuviese que contar con detalle todo lo sucedido en estos dos maravillosos días pasados en la Costa del Sol, necesitaría un post muuuuuuuuy largo... así que lo dejaremos en ligeras pinceladas por aquello de que hay cosas que es necesario contar.

Preciosa Málaga, sí señor (hermosísima y poco conocida alcazaba, que merece muy mucho la pena), a la que me desplacé con la intención de entrevistar a uno de los que siempre han sido mis escritores favoritos: el señor José Luis Sampedro, autor entre otros de un clásico como “La Vieja Sirena” y de maravillas como “La Sonrisa Etrusca”, “El Río que Nos Lleva”, o “La Ciencia y la Vida”. Después de una rocambolesca historia que ha durado todo el verano, finalmente pude desplazarme hasta la misma casa de este gran hombre, que ha sido entre otras cosas catedrático y senador y académico...
Pero claro, lo de la entrevista es siempre una excusa (así somos los periodistas... o al menos, así soy yo): en realidad, lo que quería era que me bendijese el premio literario que yo me hice con mis propias manos por consejo de Marianne Costa, y que debía ser bendecido por los tres escritores vivos que a mí más me gustasen (contaré la historia uno de estos días, en otro post), además de charlar con él animadamente, por supuesto. Baste decir que aparte de los cortes de radio y del artículo que haré en Temps Moderns, lo más importante de todo ello fue que cuando acabamos la entrevista, el señor Sampedro y su mujer Olga Lucas me invitaron a comer en un típico bar malagueño de La Cala de Mijas donde nos trataron a cuerpo de rey...
¿Y por qué? Es tan simple y tan asombroso como que, sencillamente, les caí bien, porque hice una entrevista agradable (palabras suyas) e interesante (palabras suyas). Es del todo lícito pensar que así deberían de ser la mayoría de entrevistas que le hiciesen a un hombre como José Luis Sampedro y que la mía debería ser una más... y espanta el dato de saber que en realidad la mía es una excepción (palabras suyas de nuevo). No puedo repetir aquí las historias que me han contado sobre quienes les asaltan con semejante propósito entrevistadero, pero puedo asegurar que resultan del todo surrealistas (en el sentido peyorativo de la palabra). En fin...

El caso es que yo me lo pasé de fábula, y que ellos estaban encantados... y desde luego, el más encantado era yo de poder hablar de literatura con un escritor de verdad, con un hombre de 92 años con una envidiable lucidez y a salvo de las comidillas literarias míseras y menesterosas que tanto caracterizan a los “grandes” autores. De hecho, el mismo Sampedro, parafraseando a Nureyev, me ofreció el mejor consejo que he oído nunca acerca de la escritura y la dedicación a la misma: cuando a Nureyev le preguntaron qué les diría a los jóvenes bailarines que estuviesen empezando su carrera, él contestó “que si pueden, que lo dejen”. Y eso, ni más ni menos, significa eso mismo: si puedes, déjalo. Si puedes. Y con una sonrisa, Sampedro me dijo: “¿Ves? Es que yo, pues no puedo”. Y ahí entendí yo muchas cosas... como por ejemplo, y sin ir más lejos, que yo tampoco puedo. Bueno o malo, listo o tonto, comercial o no comercial, mejor o peor... pero no puedo. Así pues, habrá que seguir escribiendo, digo yo...
En mi vida me han llamado muchas cosas, pero que José Luis Sampedro me llame “correligionario” es uno de esos honores difíciles de cuantificar... Concretamente, la dedicatoria de este volumen de “La Vieja Sirena” que tanto valor sentimental tiene para mí (no en vano, fue la primera edición que leí, y es de las mejores del mercado), dice: “Para Házael, con conexión inmediata y feliz. Un gran abrazo de correligionario. José Luis, Butibamba, 29-9-09” (“¡tres nueves!”, exclamó con expresión de niño feliz dándose cuenta).

Ya lo dijo Spider Jerusalem: a veces, la vida es dulce.

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