El pasado Puente de la Constitución fui por primera vez
hasta la andaluza ciudad de Sevilla, que no había visitado nunca antes, y debo
decir que me dejó un gratísimo sabor de boca (que me perdonen los sevillanos,
pero mucho más de lo que me esperaba en un principio). En particular, la visita
a su Catedral (la más grande del mundo en extensión), que pudimos ver la mar de
completa gracias a una excursión guiada que nos llevó por toda su parte
superior, desde donde además tuvimos la suerte de ver las campanas de la
Giralda tocando en directo...
De hecho, la Giralda fue una de las sorpresas más
agradables, ya que era uno de esos monumentos a los que uno tiene miedo después
de haber podido ver en mil reproducciones, y que sin embargo no solamente no
decepciona, sino que es del todo magnífica (y la subida hasta el campanario
vale muy mucho la pena, a pesar del esfuerzo). Pero claro está, a mí el arte
que más me atrae de todo esto es el musulmán, por lo que me encantó tanto el
cuerpo de ese minarete como el patio de la mezquita, y gracias hay que dar a
los dioses (a todos) de que hayan llegado hasta nuestros días...
Pero lo cierto es que fue toda una experiencia meterse por
recovecos y pasadizos y por tejados, y ver toda la nave desde una perspectiva
inigualable, y con gente además de lo más agradable e interesada en la visita.
Desde luego, hacía mucho tiempo que no disfrutaba de esta manera de visitar una
Catedral...
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